Labastida
Y es que el topónimo de esta villa en la Rioja Alavesa tiene su origen en la palabra “bastión” que hace referencia a un pasado guerrero, y guerrera (por contundente, abundante y rica) es la gastronomía de la zona igualmente.
La historia de la villa es muy interesante, habiendo sido marco de múltiples batallas y que ha dejado un legado con reminiscencias neolíticas, medievales, renacentistas o barrocas. Fue un lugar estratégico en la Edad Media y una importante villa noble más tarde, por lo que es la población más blasonada de toda la Rioja Alavesa. Gracias a la audioguía que se puede descargar en la página web de Labastida, uno puede visitar a su ritmo la villa y alrededores, aunque existen también visitas guiadas muy recomendables (entre otras cosas, porque le llevan a uno al interior de la ermita del Santo Cristo, fundada por Sancho “el Sabio”, que de otra manera no puede ser visitada). Dentro de Labastida existe además un lagar, el lagar de la Mota, al lado del antiguo ayuntamiento de la villa, que, para aquellos que no puedan visitar alguno de los múltiples lagares rupestres que hay por la zona, resulta interesante para visualizar el antiguo método de extracción de vino. De hecho, hasta tal punto ha sido siempre importante la elaboración de vino en Labastida, que se dedicó en exclusividad a su producción, obviando los frutales, olivos y cereales (al contrario que otras poblaciones), por lo que sufrió mucho con la llegada de la filoxera y la posterior destrucción masiva de viñedos.
Gastronomía
Teniendo en cuenta que nos alojamos en una casa rural (Lurmendi) donde la frase más oída es “Tú como en casa” y cuyos dueños son también propietarios de una carnicería, sabíamos que la carnaca iba a estar asegurada. Nuestra primera cena constó de un entrecot (citando la propaganda de la tienda “Si no quieres tener colesterol, come entrecot de carnicería Encarnación y Tío Jose“, aunque el entrecot sin colesterol es algo insólito), con patatas, dos huevos (a la porra el colesterol) y pimientos. Cenaca.
Además, nos habían recomendado ir al restaurante Ariño, en la calle Mayor, donde había buen chuletón, chuletillas de cordero impresionantes y carrilleras estupendas, además de rico revuelto de hongos con ajetes y postres caseros. El menú del día está a 11 €, aunque en fin de semana sólo hay carta.
Y bueno, las visitas a las bodegas siempre suelen ir acompañadas de un poco de queso y/o chorizo para acompañar al vino….así que por comer que no sea.
Desde luego, hay que llevar el hígado preparado para semejante bacanal y mentalizarse para pasar la siguiente semana a purés y verduritas para compensar, pero merece la pena (y mucho).
Paseos y visitas recomendadas
Merece la pena realizar el paseo por el Machimbrao, camino que sale desde el arco del Toloño, antigua salida a la sierra, y en el que hoy día se pueden ver diferentes tallas en piedra, creadas estas, como curiosidad, por el artista y enólogo de la bodega Luis Cañas, Pedro Pablo Amurrio.
Otro paseo muy interesante (con visita incluída), es caminar hasta la granja Remélluri, a una media hora a pie desde Labastida. Esta propiedad consta de una necrópolis de los siglos X y XI, sus propios viñedos, su bodega y una ermita del siglo XI. La bodega, que según nos cuentan en la visita no elabora crianza, promueve un método de producción vitivinícola tradicional y ecológico, incidiendo en el cuidado y mantenimiento de los suelos, algo muy importante para la elaboración de vino en particular pero importantísimo también para lograr una agricultura sostenible hoy día: “requiere un poco más de trabajo pero merece la pena, y no es tan difícil como dicen” comentan. La propiedad y producción actual data de 1967, quedando aun lagares antiquísimos y habiendo pasado la granja por manos de monjes jerónimos, que también elaboraron su propio vino. La visita a esta bodega vale la pena por la variedad de actividades que se pueden llevar a cabo en ella, puesto que se puede comenzar con un paseo por la propiedad reviviendo parte de la historia de la zona, continuar con la visita propiamente dicha a la bodega, y finalizar con un aperitivo de vino, queso y aceitunas al lado de la chimenea, que en días de nevada acompaña y se agradece. Vino excelente (de hecho, nos llevamos dos botellas de reseva 2007).
Por otro lado, se puede visitar la Unión de cosecheros de Labastida (Solagüen), la cooperativa de la villa (si se oye “la cope” por la calle no se refieren a la cadena de radio, ojo). Formada por 152 viticultores, es la bodega de la gente de Labastida. Aun cuentan con depósitos de hormigón, interesante para entender cómo y dónde se fermentaba el vino antes. La visita consta de la ruta por la bodega, degustación de sus vinos, almuerzo con queso y chorizo y descuentos para la compra de vinos. Como hay que avisar si o si, y por si alguno se queda con las ganas porque no ha podido ir, existe un puesto en el pueblo donde se pueden comprar sus vinos con distintas ofertas. En nuestro caso, una caja de 6 botellas: 2 Manuel Quintano 2004, 2 reserva 2005 y 2 gran reserva 2001. Por cierto, Manuel Quintano fué un monje de Labastida que se trajo con él las técnicas que ya se empleaban en Burdeos para elaborar vino, allá por 1786, y debió de revolucionar el proceso productivo. De otra cosa no, pero de vino mira cómo saben los curas…