Primer día en Berlín. Era domingo, y los domingos son día de mercadillo. Nosotros además estábamos a tiro de piedra de Mauerpark, que es uno de los clásicos y que tiene un poco de todo: muebles, ropa de segunda mano, ropa diseñada por gente joven (desde faldas y vestidos hasta bolsos y ropa de bebés), máscaras de gas y gorros rusos e incluso un hombre que, con latas de anchoas y velas hacía unos barquitos (pot-pot boats) que ponía a navegar en una vieja maleta llena de agua (su funcionamiento se explica muy bien en esta página). Curioso.
Bonanza Coffee Heroes y remolinos de amapola
Prenzlauer Berg
Bueno, lo primero es lo primero y había que desayunar, así que tratamos de encontrar una cafetería de la que nos habían hablado, el Bonanza Coffe Heroes, que estaba muy cerca de allí. Nos perdimos varias veces y, como vino siendo habitual durante esa semana, al final y después de dar mil vueltas resultó que estaba al lado del punto de partida. Lo primero que nos llamó la atención fue que NO HABÍA NADA DE COMER, sólo máquinas de café de diferentes tipos, una jarra de agua en una esquina y bolsas llenas de…¿café?. Bueno, pedimos cuatro cappuccinos y, en el laaaargoo rato que tardó en preparar esos cafés, curioseamos por la tienda. Las máquinas eran realmente interesantes, antiguas tostadoras o sistemas extraños, y las supuestas bolsas de café eran en realidad las cerezas del café, “cáscara” como le llamaban, que se aprovechaban para hacer unas infusiones clasificadas por los distintos orígenes. Los cafés fueron llegando de uno en uno, muy elegantemente servidos y muy bonitos (más tarde he descubierto que lo dibujos en la espuma no son simplemente chorraditas sino algo mucho más elaborado, el arte del latte o del café con leche, y eso explica que tardara tanto), pero nos dejaron un poco “tristes” sin un bollito que untar en ellos. El lugar es acogedor y el café está muy rico, pero es para otro momento, un café después de comer o a media mañana o tarde, un café tranquilo y sin gula. Así pues, nos fuimos a por un segundo café con bollo a un lugar cercano para llevárnoslo al mercadillo. Por cierto que los cafés ardían, así que hubo quien los metió en la nieve (que en esta ocasión nos vino bastante bien) para enfriarlos. Yo pedí un bollo que parecía de chocolate con glaseado, se llamaba monhstrudel, que se traduciría como “remolino de amapola” (otro clásico es el monhkuchen, pastel de amapola). Podían ser semillas de amapola por el aspecto, pero el sabor no era ese en absoluto. Más bien se parecía al algarrobo aunque viendo que las recetas llevan miel (o incluso chocolate) no es de extrañar. La verdad es que estaba muy bueno y no empalagaba mucho puesto que el bollo era bastante neutro. Nos paseamos por Mauerpark con nuestros cafés calentitos y nuestros bollos deliciosos, y yo, lejos de comprarme ninguna curiosidad me tuve que hacer con: (A) Calcetines, que me había dejado así que aproveché para comprar unos bien abrigados y (B) Medias térmicas, para ponerme debajo de los pantalones porque estaba entrando en hipotermia. OJO. Las prisas no son buenas, compré mis fastuosas medias térmicas y cuatro puestos más allá las vendían a mitad de precio. NO APRESURARSE ANSIOSOS DEL SHOPPING. Total, salí bien equipada para escalar el Everest y bien timada.
Currywurst im Mauerpark
Prenzlauer Berg, mercadillo dominical
Nuestro primer currywurst en Berlín lo tomamos en una terraza dentro del mercadillo, al lado de otro que vendía arenques asados y salchichas a la plancha. No parecía el mejor lugar, pero la verdad es que estaba riquísimo. Además, pedimos una ración enorme de patatas fritas con aspecto de caseras, y todo esto al solete (y por cierto, bajo la atenta mirada de Marx) fue un perfecto hamaiketako (almuerzo “de las 11”). Para no apalancarnos, nos levantamos y nos fuimos a pasear por Prenzlauer Berg, antiguo barrio obrero relativamente poco castigado por los bombardeos en la Segunda Guerra Mundial y que ahora se describe como “la aldea bohemia”. Encontramos tiendas que podríamos llamar “DDR-vintage” (y que eran prácticamente museos) y nos acercamos hasta la iglesia de Sión, que en otra época alojó a un cura disidente que murió en un campo de concentración. También pasamos por la panadería Hacker, que al parecer conservaba la esencia de la RDA pero que resultó estar cerrada. Y como este barrio estaba muy muerto nos acercamos hasta la East Side Gallery a ver uno de los besos más famosos de la ciudad. A pesar de estar lleno de gente y ser imposible de fotografiar sin nadie delante, Breznev y Honecker siguen morreándose desvergonzadamente. Más tarde, cruzamos el río por el Oberbaumbrücke, antiguo punto fronterizo entre el Este y el Oeste y uno de los puentes más bonitos de Berlín, hacia el barrio turco, Kreuzberg.
Pasta. Acercándonos al “mediterráneo”
Kreuzberg
Al otro lado, en el barrio más mediterráneo de Berlín, acabamos comiendo en un restaurante de la calle Falckensteinstraße en el que ponía en letras enormes PASTA (aunque no sé si realmente se llamaba así). Como su propio nombre indicaba, servía spaghetti, fusilli (espirales) o penne (macarrones) con diferentes salsas. En este pequeño local decorado con sencillez (mención especial merece el baño, una habitación intrigante, y el hecho de que tienen fotos de la comida, otra vez) donde uno está agusto y tranquilo, pedimos spaghetti con verduritas y mozarella, y fusilli con verduras y carne picada. Los platos eran enormes, no era nada caro y la verdad es que estaba todo delicioso. Nada estridente, sólo pasta bien hecha y acompañamientos frescos y ricos. Lo que no estaba nada rico era la bebida de moda, Bionade, que en realidad no engaña a nadie: no sabe a nada como su nombre indica, Bio-nada. Cogimos dos sabores para probar, Ingwer-Orange y Holunder, o sea, jenjibre-naranja y “anciano” (sea lo que sea eso), y lo mismo podrían haber sido de agua de borrajas porque no tenían apenas sabor ni sabían a nada identificable. Seguimos andando después de una buena sobremesa (la gente allí come y se va, en el tiempo que estuvimos fueron y vinieron tres tandas de personas), y llegamos a Friedrichstain, el barrio alternativo. Allí pasamos por Rigaerstrasse y sus casas okupas y buscando algo del sol acabamos en el Raw Tempel, un antiguo complejo de naves industriales que aparentemente albergan talleres, galerías, salas de conciertos, un cine al aire libre, una cafetería, una tienda de bebidas…y un bar al lado de una enorme pista de skate, en el que nos metimos para tomar una cerveza y entrar en calor. Estaba lleno de chavalitos y sus madres, que llenaban los asientos con las tablas y chaquetas de sus hijos así que estaba complicado sentarse. Entraban y salían adolescentes y niños, y hubiera sido interesante si dejaran pasar a la pista para echar un vistazo, pero había que pagar. En fin, entramos en calor, que era el objetivo, con unas cervezas (en botellín, no había cañas).
Fam Dang y Thai Ha: el ying y el yang
Zona Rosenthaler Platz, límite de Mitte y Prenzlauer Berg
Un poco más tarde pasamos por Alexander Platz y el ayuntamiento rojo (que no es rojo en un sentido figurado, ya era de color rojo antes de ser el ayuntamiento del Berlín soviético) y al no ver ningún lugar apetecible para tomarnos otra cerveza nos acercamos a la zona de Rosenthaler que nos quedaba más cerca de casa. Al principio entramos en Fam Dang, un restaurante vietnamita que tiene al menos dos establecimientos en Berlín. Lo cierto es que no llegamos a probar la comida. Era aun pronto para cenar y lo que queríamos era beber algo antes. Vimos que dentro había gente bebiendo cerveza y té, sin comer, así que entramos. La camarera no sabía bien inglés, pero nos hicimos entender de sobra para pedir cervezas. Pedimos dos de medio litro para compartir entre cuatro, cosa que ya habíamos hecho antes porque esas cervezas sólo las venden en formato 50 cl, y una cada uno era una burrada. La chica empezó a hacer gestos y ruidos raros, nos puso mala cara y se fue refunfuñando. Luego vino otra que nos dijo que qué queríamos, le explicamos de nuevo, y nos dijo que ok. “¿Y de comer?” Aun nada, gracias. “Si no coméis no podéis estar aquí, podeis ir al bar de al lado. Adios. Gracias”. Así que no sé cómo sería la comida pero las chicas muy desagradables. Lástima, tenía buena pinta y la página web promete.
Enfadados nos fuimos a un bar cercano donde no había nadie y donde nos pusieron las mismas cervezas para compartir, sin problemas y más baratas. Es más, según la carta era la “Happy Hour” y teníamos Gin Tonic a 3.5 €…Precio diputado… En fin, porque no nos apetecía, que si no…Después buscamos un lugar para cenar. Como teníamos ganas de algo asiático y el Fam Dang nos había dejado con las ganas, encontramos cerca el Thai-Ha, un pequeño local de comida tailandesa para llevar, normalito. Perfecto, así esa noche cenábamos en casa tranquilamente. Bueno, en realidad tienen 3 o 4 mesas en el local, pero es pequeñito y suele llenarse, aunque no apetece mucho quedarse porque el sitio es un poco sucio y no muy bonito, con fotos de los platos (como no). Nos hizo gracia que en el cartel pusiera “100% glutamato free”, cuando la cocina asiática y el glutamato son los máximos exponentes del umami, por lo que parecen ir unidos. Pedimos una de las especialidades, Cari Xanh (curry verde) con pollo crujiente y pato crujiente. Estaba muy rico, pero picante a rabiar. También unos noodles con pollo y salsa de cacahuete (creo que era Phó Tron) que estaba aun más rico de sabor, pero los noodles no estaban para echar cohetes en cuanto a textura porque se quedaron pegados y apelmazados. Lo que está claro es que te tiene que gustar la comida picante, porque pica y ¡mucho! Menos mal que compramos un montón de cerveza…Total, 23 € entre 4 personas, comida abundante. A comentar: normalmente con una cena como esta, copiosa y picante, solíamos pasar mala noche pero sorprendentemente dormimos muy bien y nos despertamos con el estómago ready-to-go (de nuevo).