Me regalaron este libro con un título súper-sugerente y desde el primer momento ya tenía ganas de devorarlo. Me encantó. Un bonito cómic escrito por un amante de la comida. Basado en su blog de Le Monde, el diario recoge algunos de los gustos, recetas y experiencias de Guillaume Long. Este gastrónomo consigue, a través de diferentes historias y con unos preciosos dibujos, que quien lo lea pase un buen rato (mientas le rujen las tripas) y acabe con ganas de meterse en la cocina a poner en práctica algo de lo aprendido. Muy entretenido y con grandes guías de supervivencia y consejos.
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Come Lola come: Berlín (IV)
En este tercer día en Berlín llegamos al punto álgido del viaje: el auténtico “cebatín”, una bacanal, la gran comilona. Claro, con tanto comer “sólo” vimos dos barrios, Kreutzberg y Treptow, pero descubrimos más de un tesoro (y no sólo gastronómico). Empezamos el día, como no, con un buen desayuno con dulces y salados y mucho café.
Mercado turco, Cosmonautas y Burguermeister
Kreutzberg
Para recorrer el barrio de Kreutzberg, seguimos la guía de Lonely Planet: Berlín itinerarios que nos habían prestado y que en más de una ocasión nos vino muy bien para visitar lugares menos turísticos. Al ser martes, fuimos temprano al mercado turco de Maybachufer, que está todos los martes y viernes hasta las 6:30 de la tarde. La verdad es que igual madrugamos demasiado, porque llegamos y lo estaban montando y cuando nos fuimos aun no habían abierto todos los puestos. Pero en fin, merece la pena ir a comprar especias (hay montones de tipos diferentes de curry por ejemplo) a buen precio y degustar dulces y platos turcos. Además hay frutas y verduras y telas de muchos colores. Después de hacernos con un buen alijo de especias (que hicieron que los bolsos olieran a comida todo el día) fuimos hacia el norte y empezamos a recorrer el barrio: pasamos por la pintura de El Cosmonauta y seguimos andando hasta que decidimos que necesitábamos parar a por gasolina. Fuimos a uno de los bares que la guía comentaba, el Sofia “un café-bar muy acogedor, más bien hippie o kitsch, segun cómo se mire”. Ciertamente era un poco de todo eso, y, como no servían cervezas a esa hora (media mañana), pedimos más café y unos croissants. Seguimos andando y pasamos por varios sitios para comer que había visto en internet (Miss Saigon, Hühnerhaus,…) y como también había montones de pastelerías no lo aguantamos más y compramos varias cosas para almorzar, merendar o lo que fuera: un nussknacker (literalmente “cascanueces”, galleta redonda con toffee por encima, avellanas enteras encima y bañado parcialmente en chocolate), un pastel de almendra tipo polvorón con forma de C y bañado en chocolate, un trozo de bizcocho relleno de trufa y bañado en chocolate también y un bollo (sin chocolate). Impresionantes. Estos pasteles fueron cayendo a lo largo del día, en los muy escasos momentos en los que no estuvimos comiendo otra cosa. Acabábamos de salir con nuestros bollos y nos encontramos de morros con el Burguermeister, que había oído que daba unas hamburguesas estupendas. No era hora de comer, pero decidimos que como almuerzo era aceptable (qué bien nos autoconvencemos) y allí fuimos. No te puedes sentar, pero al menos estás caliente porque está cubierto. Pedimos “cheeseburguer” y “bar-b-q-burguer”, unas con queso y otras con bacon y salsa barbacoa (porque eran “ligeritas”). Después del almuerzo seguimos andando, mucho más felices.
Tesoros inmensos (unos ocultos y otros no tanto)
Zonas Treptow y Tempelhof
Para bajar el almuerzo, seguimos andando en dirección a Treptower Park, donde al parecer había un monumento soviético apenas anunciado.
De camino, vimos la pintura de Los Gemelos y nos topamos con un río completamente congelado (intentamos tirar piedras y romper la superficie, cosa que sólo se lograba tirando con MUCHA fuerza…vaya frío). Así, llegamos al parque y nos desviamos hacia el monumento dedicado al Ejército Rojo. Llegamos a un arco y lo traspasamos. Sé que las construcciones soviéticas no son conocidas precisamente por ser pequeñas, pero lo que nos íbamos a encontrar superó con creces todo lo que pudiera esperarme. Al pasar el primer arco se veía una estatua de una mujer llorando a sus hijos caídos en la lucha, bastante grande, al fondo de un paseo. Yo, ilusa, pensé que eso sería todo el monumento (un arco, una estatua… bien) pero al llegar a la estatua giramos la cabeza hacia nuestra izquierda y se nos abrieron las bocas hasta tocar casi el esternón. Era i-m-p-r-e-s-i-o-n-a-n-t-e. Una especie de pirámide roja inmensa, partida en dos, con dos soldados arrodillados delante de cada uno franqueaban el paseo que se iniciaba y subía desde aquella plaza.
Pero eso no era todo. Al fondo se veía otra estatua, cuyo tamaño sólo se hacía evidente al llegar al centro de la pirámide partida. Entonces otro jardín abajo, rodeado de sarcófagos blancos (que al parecer guardaban los cadáveres de 7000 soldados), conducía a la descomunal estatua construída sobre una colina que representaba a un soldado soviético pisando varias cruces gamadas y que sostenía a un niño en un brazo y una espada en el otro. Realmente sobrecogedor. ¡Y apenas hablaban de él en las guías! Y por otro lado le daban tanto bombo al decepcinante Check Point Charlie…no entendía nada. Al avanzar por entre los sarcófagos blancos, vimos como a los lados se representaban escenas de la guerra, y en las caras que daban al frente había citas de Stalin. Anduvimos por la zona un rato, y la verdad es que el sitio merece una visita porque, además de lo impresionante del monumento en sí, el lugar es bien bonito. WOW.
Salimos de allí pensando que habíamos encontrado un tesoro muy bien escondido. Y desde aquí comenzamos la tarde de los “monumentos descomunales”. Desde allí cogimos un tren y nos acercamos al aeropuerto de Tempelhof. Ya desde el tren se veía que era grande, pero al bajar y entrar comprobamos cómo este aeropuerto construído por Hitler se había reconvertido en un parque donde la gente hacía “snow” con parapentes pequeños y volaba cometas (y por poder, podría haber volado naves espaciales porque era gigantesco). Coincidió que estabamos muy cerca de Mustafas Gemuse, “el mejor kebab callejero de Berlín” (recomiendo ver la página que, aunque está en alemán, no tiene desperdicio 😉 ) y, aunque era media tarde, de nuevo creímos que merendar un buen kebab era más que razonable. Y aquí encontramos nuestro tesoro gastronómico. En el puesto había una cola bastante grande, pero pensamos que pasaría rápido. La verdad fue que esperamos casi 1 hora a que nos pusieran dos durum del tamaño de dos bazocas que comimos en el bar de al lado (VOGT´S) donde, amablemente, nos dejaron degustar los deliciosísimos tubos de carne con cebolla, champiñones, queso, pimientos, calabacín, tomate, lechuga, picante… Más tarde descubrimos que “gemuse” significa verdura y entonces entendimos todo. Lo que pedimos era “All-In” (sugerente nombre de guarrindongada). WOW. Lamento decir que de estas delicias no hay foto, pero la gula pudo más que el afán divulgativo. También comentar que al lado de Mustafa Gemuse se encuentra Curry 36, donde también había una buena cola y que debe ser uno de los mejores lugares para comer currywurst.
Y ya de noche… “sopita” para descansar un poco
Brunnenstrasse, zona límite Mitte y Prenzlauer Berg
Una buena maratón, con lo cual al anochecer estábamos cansados y pensamos en cenar algo cerca de casa. Dimos muchas vueltas, y al final justo debajo de casa había un sitio pequeñito al que no habíamos prestado atención (¡error!) antes: Joris. Era un local pequeñito y muy acogedor, con materiales de madera y otros reciclados mezclados con colores claros, se estaba muy agusto (y encima estábamso solos). Había un mostrador con verduras e ingredientes para echar en las patatas asadas (la especialidad al parecer) y las ensaladas. Como hacía frío preferíamos tomar algo calentito y desgraciadamente patatas no había, así que elegimos sopa (¡acierto!). Había dos tipos de sopa: gulash y sopa de remolacha.
El gulash estaba muy rico, es mas un guiso que una sopa, con trocitos pequeños de carne en una salsa de verduras especiadas. Y la sopa de remolacha, que tenía patata, cebolla y remolacha (creo) con un chorrete de nata en medio, era una cosa exquisita. Y enorme. Las sirvieron en unos tarros de cristal, así que nuestra cena ligera fue el broche de la perfecta bacanal. A partir de aquí, empachados.
NOTA
En este post hay una falta notable de fotos de comida y alimentos, y eso significa una cosa: todo lo que comimos aquel día estaba tan sumamente bueno, que se me olvidó por completo sacar fotos. Mejor recomendación no puedo hacer 😉 En el caso de la especias, es porque tengo una obsesión loca por adquirirlas, con lo cual me pasé media hora eligiendo y para cuando acabé había muchas caras hostiles mirándome… así que no hubo tiempo de fotografiar el puesto. Para compensar, estas son:
Qué ricos cacahuetes
En realidad esto son dos ideas más para aprovechar cosas que hay por la nevera, los armarios, la despensa, la cesta de verduras,… pero ambas tienen algo en común: los cacahuetes. Recientemente he descubierto que la cocina tailandesa (y la coreana) los usan mucho y la verdad es que el resultado es delicioso. También es verdad que a mí me chiflan 😉
Curiosamente, hay un dicho mejicano que dice:
¡Me importa un cacahuate!
Es el equivalente del “me importa un comino” de aquí. Se dice porque son cosas que no valían mucho dinero en su momento, pero no significa que su valor gastronómico sea bajo. Aunque es un alimento rico en grasa, la mitad de esta es monoinsaturada, sobretodo en forma de ácido oléico como el aceite de oliva. Cierto es que la mejor forma de comerlo es comprándolo crudo y tostándolo en el horno, puesto que muchas veces las preparaciones comerciales los fríen en abundante aceite y los salan en exceso. Y las mantecas de cacahuete industriales también incluyen un proceso de hidrogenación para hacerla sólida a temperatura ambiente, así que tampoco son muy saludables. Pero tomar cacahuete de vez en cuando, como digo, tostados en casa sin freir, nos aportarán muchas proteínas, grasa bastante saludable e incluso antioxidantes (y mucho mejor si son con piel). Eso sí, todo en exceso resulta al final malo, así que tampoco es cuestión de empapuzarse a cacahuetes.
Pasta Thai a lo loco (y al trote)
En realidad para preparar este plato tailandés, el “Pad Kee Mao” o “Drunken Thai” (se llama así porque son tallarines que se preparan muy rápido una vez que tienes cortada la verdura y cocida la pasta, y lo suelen tomar los borrachos de fiesta) idealmente harían falta ingredientes como: Nam Pla (salsa de pescado fermentado), mirin (vino blanco de arroz, dulce), vinagre de arroz, tallarines de arroz, albahaca y cilantro y sambal (pasta de guindillas picantes). Pero lo bueno es que con un par de cosillas puede quedar muy rico y el resultado es más que aceptable.
Fundamentales serán los cacahuetes, la lima, los ajetes frescos, salsa de soja, vino blanco y azúcar y huevo para al menos acercarnos. En este caso en vez de tallarines de arroz tenia por casa tallarines de trigo chinos, que quedan muy parecidos y la ventaja de ambos tipos de pasta es que se hacen super rápido, necesitan una cocción mínima y se terminan de hacer en la sartén. Con unos tallarines normales obtendremos algo parecido pero no igual, ya que la textura cambia bastante, pero se puede “apañar”, puesto que la idea de esta receta es hacer algo diferente y exótico con cosas que tenemos por casa.
Para este plato además he usado, porque es lo que había por ahí, tiras de bacon y cebolletas, la guindilla cayena es opcional. Una buena salsa es fundamental, y en este caso yo había preparado una unos días antes con lo que tenía en la nevera. En realidad pretendía haber hecho tare (para ramen) pero la cosa quedó en salsa inventada X: las proporciones eran 1 de vino blanco, 1 de azúcar y 2 de salsa de soja (aunque yo usé algo menos, 1.5). La medida a usar varía según la cantidad que se quiera preparar. Esta mezcla se revuelve bien para disolver el azúcar y se pone en un cazo a hervir. Cuando lo haga, se deja unos minutos para que espese y se separa del fuego.
Y el resto es simple. Primero se cuece la pasta unos 3 minutos (aunque dependerá de la que se use) y hay que dejarla “al dente”, reservándola en agua fría para parar la cocción y que no se apelmacen los tallarines. Luego sólo hay que dorar un poco la cebolleta en tiras con unos trocitos de ajetes frescos y añadir las tiras de bacon hasta que esté todo tostado (si se quiere, ahora se echa la cayena). Entonces se añade la pasta a la sartén y se le echa un buen chorro de la salsa que habíamos preparado. Se apartan los tallarines y se echa el huevo entero en ese hueco de la sartén, removiéndolo e incorporándolo a la pasta como huevo revuelto. Finalmente, se saca la mezcla de la sartén al plato y se ponen unas rodajas de ajetes fescos para decorar y cacahuetes machacados. También le añadí lima exprimida por encima y un poco más de salsa para decorar.
Con estos ingredientes, mejor si es con cayena para darle el toque picante tan típico de la cocina tailandesa, ya obtenemos un plato con mucho sabor y diferente. La lima y los ajetes aportan sabores más frescos y ácidos, la salsa con azúcar y salsa de soja le da el toque umami, salado y dulce y los cacahetes tostados tienen un punto amargo, por lo que, como suele pasar tan a menudo con la cocina asiática, nos encontramos los 5 sabores en un mismo plato.
Coliflor con bechamel gratinada
Esta receta es mucho más clásica, pero le he añadido cacahuetes para darle otro toque. También es muy fácil: se cortan los ramitos de la coliflor pequeña o media grande y se dejan 8 minutos a cocer en olla a presión (si no, 15-20 minutos en olla normal). Por otro lado o se prepara una salsa de tomate natural o se usa una comercial, que se vierte en el fondo de una fuente de horno hasta cubrir con una capa de 1 cm. Cuando se termina de cocer la coliflor, se escurre y se echan los ramitos encima de la salsa de tomate. Después se añade la bechamel por encima hasta cubrir, se espolvorea con queso rallado y cacahuetes machacados y se gratina en el horno.
La salsa bechamel de mi bisabuela
Esta salsa bechamel es una salsa que no convence a todo el mundo, porque se hace en cazuela y la harina no se tuesta, por lo que sí, sabe un poco a harina cruda, pero compensa con otras cosas. Sólo hay que tomar una taza mediana y echar dos tazas enteras al cazo. Luego, se disuelven 4 cucharaditas de harina y una de maizena en media taza de leche (lo mejor es echar primero la harina y maizena e ir añadiendo la leche para que no se formen grumos). Se añade esta mezcla al cazo con leche y se empieza a revolver. No hay que parar de revolver hasta que espese, y entonces hay que seguir otros 5 minutos más. Entonces se aparta del fuego y aquí se añade la magia. Se añade sal, un buen trozo de mantequilla, queso en polvo y, si se quiere, un tranchete. Entonces se vuelve a poner al fuego hasta disolver todo esto, que da tanto sabor a la salsa que la harina queda mitigada, y la ventaja frente a otras es que es tremendamente cremosa.
Featured image ruurmo bajo licencia Creative Commons 2.0 genérica (cc BY-SA 2.0)
Come Lola come: Berlín (III)
Museo del currywurst y catedrales de chocolate
Mitte, zona puerta Brandenburgo
Segundo día en Berlín! Era lunes, así que decidimos hacernos un freetour, ya que nacieron en Berlín y nos los habían recomendado en varias ocasiones. Y además porque para ponerse en situación y saber dónde está todo es lo mejor. Partimos de la plaza de París donde nos apelotonamos para entrar, al igual que otras 100 personas, en un maldito Starbucks (la necesidad de cafeína nos hace ser débiles) y al final entramos en el de al lado que era lo mismo pero con otro nombre y con pasteles más ricos (aparentemente). Nota mental: semana santa en Alemania = conejitos forever (& everywhere). Nuestro guía no nos disgustó pero tampoco nos encantó (le faltaba un poco de gracia) aunque realmente sirvió para su propósito y nos hicimos una composición de lugar. Fuimos a los lugares emblemáticos y típicos de la ciudad (Puerta de Brandenburgo, monumento al holocaustro, Checkpoint Charlie, el muro, etc) mientras nos explicaba todo y nos contaba algunos truquillos. Por cierto, pasamos por Fassbender & Rauch (la página está en alemán pero no hace falta entender nada, con ver basta) la tienda de chocolate más famosa de Berlín, donde barcos y catedrales de chocolate se exhibían en el escaparate y donde no compramos nada, cosa que ahora lamento.
La comida fue, por la falta de tiempo y el lugar donde nos soltaron, donde se pudo. Y en concreto en el museo del currywurst. Te dan un ratito para comer para seguir con el tour, con lo cual fue un poco estresante. Lo que comimos es evidente, pero comentar que pedimos las salchichas con hierbas para cambiar. Y una ensalada de patata que sabía como los pintxos de ensalada de puerros (con puerros, jamón de york y mayonesa) que son dulzones y ricos. Seguimos con el tour, viendo la Universidad Humboldt (por donde han pasado Marx, Hegel o Einstein), el monumento a la quema de libros (difícil de ver a través del cristal lleno de barro y pies), la ópera y la catedral de Berlín, donde terminamos. Una vez allí, decidimos ir a ver el museo de Pérgamo…
¿El paraíso de los Mario Bros.?
Mitte, isla de los museos
…museo que es digno de ver por las maravillas que contiene y por ende, un ejemplo más de expolio masivo (a la par que el British Museum, otra maravilla) y que me produce sentimientos encontrados. Las puertas de Ishtar, las “puertas pequeñas” de Babilonia, (donde estuvieron los jardines colgantes), la fachada del mercado de Mileto (donde hace 2600 años Tales, el del teorema, puede que hiciera sus compras), el altar de Pérgamo…¿cómo se llevaron todo eso por favor? y ¡qué pasada! por otro lado. Con las audioguías gratuitas uno se puede pasar horas escuchando las explicaciones (y no explican todo lo que hay porque si no, no serían horas, serían semanas). Sabiendo que nos esperaba una larga lección de historia, nos comimos unos perritos y unos crepes de nutella impresionantes (IMPRESIONANTES) en un puestillo fuera del museo para…¿merendar?. Por ejemplo. Y al salir, unas cervezas en un irlandés bajo las vías. Hablando de cerveza, aquel día vimos por varios sitios de la ciudad grandes tuberías de colores que surgían de repente en ciertos lugares, atravesando zonas por la superficie y volviendo a sumergirse en el suelo otra vez. La leyenda cuenta que son tuberías que transportan cantidades ingentes de cerveza por la ciudad, lo que me hizo imaginar un Berlín en el que saliera cerveza de los grifos…¡WOW! Pero nada más lejos de la realidad. En Berlín hay mucha agua subterránea y cada cierto tiempo tienen que drenar ese agua, cosa que hacen a través de las tuberías de colores.
Las chicas que hacen “pffffff” y Benny Hill
Mitte
Y como estábamos por el centro, intentamos ir al Deponie nº3, que también está bajo las vías de tren (de nuevo dando vueltas para acabar en el punto de partida, con un GPS que parecía vacilarnos). Había leído de mano de un buen cocinero que era un gran sitio para comerse una bradwurst con patatas y sauerkraut, típico alemán, bueno y barato. Realmente el sitio tenía buen aspecto, mesas de madera, velitas, super-acogedor, muy de casa y cálido. Buen ambiente, lleno de gente de todas las edades riendo y agusto. Y el problema no era ni por la comida ni por el lugar. Entramos y sin prestarnos mucha atención (pasando en moto), las camareras nos dijeron que no había sitio para cuatro. Nos fuimos, pero tras 5 minutos mirando los alrededores pensamos que no queríamos ir a otro, ese tenía muy buena pinta y podíamos esperar. Entramos de nuevo y fuimos al fondo, donde todas ellas se apelotonaban. Aun estando en medio de 20 camareras, pasaban a nuestro lado y no nos veían así que después de seguir a una un buen rato, le paré. En este punto la cosa estaba tomando tintes absurdos, parecía una de las persecuciones de Benny Hill (ahora imagino la escena a cámara rápida y con esa cancioncilla XD). Le dije que podíamos esperar a que una mesa quedara libre y le pregunté que cuánto creía que tendríamos que esperar. Dijo que “Pfffffffffff”…yo que sé, entre 5 minutos y 1 hora. – Vale ¿Y en dos mesas de dos? -Pffffffffffff! Sí, podéis. Y se piró (supongo que diciendo Pffffffffff!!!). En fin, entiendo que con mucho trabajo estuvieran agobiadas pero no fueron nada simpáticas, al menos con nosotros. Así que nos fuimos a otro lado.
¿Filete ruso o hamburguesas?
Zona Rosenthaler Platz, límite de Mitte y Prenzlauer Berg
Así pues, derrotados por las chicas “pfffff” volvimos a nuestra zona favorita: Rosenthaler. Hoy tocaba buscar otro sitio y los íbamos agotando poco a poco. Nos llamó la atención un lugar, un restaurante ruso al que nunca llegamos a ir, el Gorki Park, que queda pendiente para otra vez ya que tenía muy buen aspecto. La comida no era tan barata como en otros sitios, pero los menús del día sí lo son (6,90€!). El caso es que no estábamos para homenajes, más bien hambrientos rabiosos. Y como habíamos pasado por el Rosenburguer varias veces y siempre estaba lleno…Allá fuimos! Servía menús con diferentes hamburguesas, bebida grande y patatas por 7-10€. La verdad es que las hamburguesas estaban muy ricas (pedimos las más normalitas con bacon y queso, pero había muchos tipos diferentes incluídas hamburguesas vegetarianas), el ambiente era agradable y las cervezas (que uno mismo puede coger de una nevera) estaban buenas. Otro día más, otro acierto más 🙂
Risotto-party de día gris
“Era un día lluvioso. Llegaron con la cesta de verduras acelgas, zanahorias, ajetes frescos y cebolletas a la cocina, y andaban más perdidos que un pulpo en un garaje sin saber dónde meterse . Mientras, un calabacín triste y solo suspiraba en la nevera. A lo lejos, en el congelador, unas gambas que habían sobrado de la clase de cocina, más tiesas que la mojama, se aburrían con sus frívolas conversaciones. Por otro lado, un caldo de puerros sabrosón estaba en su salsa pero un poco solo, así que decidió juntar a sus aburridos amigos en una fiesta arrocera para entrar en calor. El caldo sabrosón enseguida los puso a bailar y el risotto fue un éxito.”
O cómo preparar un arroz con lo que se tiene por la cocina…
Ingredientes
En principio para este plato harán falta (4 personas):
- 4-5 ajetes frescos
- Un calabacín grande
- 28 gambas (a poder ser frescas)
- Arroz bomba (o redondo o especial para risotto)
- Caldo de puerros (o calabaza)
- Mantequilla
- Queso rallado
- Un poco de vino blanco
- Aceite de oliva virgen (aprox. 4 cucharadas)
En realidad las cantidades se pueden adaptar a lo que tengamos en la cocina. La cantidad de ajetes puede variar según el gusto además. En este caso, con 3 para freir y 2 para decorar hay de sobra (tienen que gustarte los ajetes), si se quiere poner menos (o más) se puede. Lo importante es dejar un poco para decorar. Por otro lado, el caldo de puerros es de lo que sobró el otro día de hacer una crema de puerros (siempre pongo más líquido para guardarlo y usarlo en otros platos), pero puede ser de lo que sobre de hacer otro puré o crema, o un caldo de pescado que se tenga por ahí. El queso a usar, idealmente sería parmesano rallado, pero con cualquier queso rallado vale también. Por último, en este caso se han empleado dos vasos de nocilla (es decir, dos vasos de volumen 100 ml) llenos casi hasta el borde de arroz (lo que son unos 280 g de arroz).
Preparación
La preparación es sencilla. Se cortan los ajetes en pequeños trocitos y se ponen a freir en aceite en una cazuela, dorándolos un poquito. Seguidamente, se añade el calabacín que habremos cortado previamente en cubitos pequeños. Se tiene todo unos minutos a fuego fuerte para que coja color, sin quemarlo. Entonces se añaden las gambas, que también se fríen un ratito hasta que dejen de ser transparentes. Se aparta del fuego la cazuela y se incorpora el arroz, al que se le dan unas vueltas para mezclar bien todo. Se vuelve a poner al fuego y se añade un chorrete de vino blanco. Se deja que el alcochol se evapore y se añaden 4 vasos, de los usados para el arroz, de caldo. Se pone a fuego medio-fuerte y se deja 10 minutos. Pasado ese tiempo se añadirán entre un vaso y dos de caldo (o agua, pero siempre será mejor caldo) y se dejará a fuego suave 5 minutos más (debe quedar caldoso, por eso la cantidad a añadir variará). Cuando pase ese tiempo, se deja reposar 5 minutos tapado con un trapo (limpio). Por último, se añaden la mantequilla y el queso hasta que la textura del arroz sea cremosa. Se corta el tallo de uno o dos ajetes en diagonal y se usan para decorar.
Y con este risotto, el día gris será un poco mejor 😉
Come Lola come: Berlín (II)
Primer día en Berlín. Era domingo, y los domingos son día de mercadillo. Nosotros además estábamos a tiro de piedra de Mauerpark, que es uno de los clásicos y que tiene un poco de todo: muebles, ropa de segunda mano, ropa diseñada por gente joven (desde faldas y vestidos hasta bolsos y ropa de bebés), máscaras de gas y gorros rusos e incluso un hombre que, con latas de anchoas y velas hacía unos barquitos (pot-pot boats) que ponía a navegar en una vieja maleta llena de agua (su funcionamiento se explica muy bien en esta página). Curioso.
Bonanza Coffee Heroes y remolinos de amapola
Prenzlauer Berg
Bueno, lo primero es lo primero y había que desayunar, así que tratamos de encontrar una cafetería de la que nos habían hablado, el Bonanza Coffe Heroes, que estaba muy cerca de allí. Nos perdimos varias veces y, como vino siendo habitual durante esa semana, al final y después de dar mil vueltas resultó que estaba al lado del punto de partida. Lo primero que nos llamó la atención fue que NO HABÍA NADA DE COMER, sólo máquinas de café de diferentes tipos, una jarra de agua en una esquina y bolsas llenas de…¿café?. Bueno, pedimos cuatro cappuccinos y, en el laaaargoo rato que tardó en preparar esos cafés, curioseamos por la tienda. Las máquinas eran realmente interesantes, antiguas tostadoras o sistemas extraños, y las supuestas bolsas de café eran en realidad las cerezas del café, “cáscara” como le llamaban, que se aprovechaban para hacer unas infusiones clasificadas por los distintos orígenes. Los cafés fueron llegando de uno en uno, muy elegantemente servidos y muy bonitos (más tarde he descubierto que lo dibujos en la espuma no son simplemente chorraditas sino algo mucho más elaborado, el arte del latte o del café con leche, y eso explica que tardara tanto), pero nos dejaron un poco “tristes” sin un bollito que untar en ellos. El lugar es acogedor y el café está muy rico, pero es para otro momento, un café después de comer o a media mañana o tarde, un café tranquilo y sin gula. Así pues, nos fuimos a por un segundo café con bollo a un lugar cercano para llevárnoslo al mercadillo. Por cierto que los cafés ardían, así que hubo quien los metió en la nieve (que en esta ocasión nos vino bastante bien) para enfriarlos. Yo pedí un bollo que parecía de chocolate con glaseado, se llamaba monhstrudel, que se traduciría como “remolino de amapola” (otro clásico es el monhkuchen, pastel de amapola). Podían ser semillas de amapola por el aspecto, pero el sabor no era ese en absoluto. Más bien se parecía al algarrobo aunque viendo que las recetas llevan miel (o incluso chocolate) no es de extrañar. La verdad es que estaba muy bueno y no empalagaba mucho puesto que el bollo era bastante neutro. Nos paseamos por Mauerpark con nuestros cafés calentitos y nuestros bollos deliciosos, y yo, lejos de comprarme ninguna curiosidad me tuve que hacer con: (A) Calcetines, que me había dejado así que aproveché para comprar unos bien abrigados y (B) Medias térmicas, para ponerme debajo de los pantalones porque estaba entrando en hipotermia. OJO. Las prisas no son buenas, compré mis fastuosas medias térmicas y cuatro puestos más allá las vendían a mitad de precio. NO APRESURARSE ANSIOSOS DEL SHOPPING. Total, salí bien equipada para escalar el Everest y bien timada.
Currywurst im Mauerpark
Prenzlauer Berg, mercadillo dominical
Nuestro primer currywurst en Berlín lo tomamos en una terraza dentro del mercadillo, al lado de otro que vendía arenques asados y salchichas a la plancha. No parecía el mejor lugar, pero la verdad es que estaba riquísimo. Además, pedimos una ración enorme de patatas fritas con aspecto de caseras, y todo esto al solete (y por cierto, bajo la atenta mirada de Marx) fue un perfecto hamaiketako (almuerzo “de las 11”). Para no apalancarnos, nos levantamos y nos fuimos a pasear por Prenzlauer Berg, antiguo barrio obrero relativamente poco castigado por los bombardeos en la Segunda Guerra Mundial y que ahora se describe como “la aldea bohemia”. Encontramos tiendas que podríamos llamar “DDR-vintage” (y que eran prácticamente museos) y nos acercamos hasta la iglesia de Sión, que en otra época alojó a un cura disidente que murió en un campo de concentración. También pasamos por la panadería Hacker, que al parecer conservaba la esencia de la RDA pero que resultó estar cerrada. Y como este barrio estaba muy muerto nos acercamos hasta la East Side Gallery a ver uno de los besos más famosos de la ciudad. A pesar de estar lleno de gente y ser imposible de fotografiar sin nadie delante, Breznev y Honecker siguen morreándose desvergonzadamente. Más tarde, cruzamos el río por el Oberbaumbrücke, antiguo punto fronterizo entre el Este y el Oeste y uno de los puentes más bonitos de Berlín, hacia el barrio turco, Kreuzberg.
Pasta. Acercándonos al “mediterráneo”
Kreuzberg
Al otro lado, en el barrio más mediterráneo de Berlín, acabamos comiendo en un restaurante de la calle Falckensteinstraße en el que ponía en letras enormes PASTA (aunque no sé si realmente se llamaba así). Como su propio nombre indicaba, servía spaghetti, fusilli (espirales) o penne (macarrones) con diferentes salsas. En este pequeño local decorado con sencillez (mención especial merece el baño, una habitación intrigante, y el hecho de que tienen fotos de la comida, otra vez) donde uno está agusto y tranquilo, pedimos spaghetti con verduritas y mozarella, y fusilli con verduras y carne picada. Los platos eran enormes, no era nada caro y la verdad es que estaba todo delicioso. Nada estridente, sólo pasta bien hecha y acompañamientos frescos y ricos. Lo que no estaba nada rico era la bebida de moda, Bionade, que en realidad no engaña a nadie: no sabe a nada como su nombre indica, Bio-nada. Cogimos dos sabores para probar, Ingwer-Orange y Holunder, o sea, jenjibre-naranja y “anciano” (sea lo que sea eso), y lo mismo podrían haber sido de agua de borrajas porque no tenían apenas sabor ni sabían a nada identificable. Seguimos andando después de una buena sobremesa (la gente allí come y se va, en el tiempo que estuvimos fueron y vinieron tres tandas de personas), y llegamos a Friedrichstain, el barrio alternativo. Allí pasamos por Rigaerstrasse y sus casas okupas y buscando algo del sol acabamos en el Raw Tempel, un antiguo complejo de naves industriales que aparentemente albergan talleres, galerías, salas de conciertos, un cine al aire libre, una cafetería, una tienda de bebidas…y un bar al lado de una enorme pista de skate, en el que nos metimos para tomar una cerveza y entrar en calor. Estaba lleno de chavalitos y sus madres, que llenaban los asientos con las tablas y chaquetas de sus hijos así que estaba complicado sentarse. Entraban y salían adolescentes y niños, y hubiera sido interesante si dejaran pasar a la pista para echar un vistazo, pero había que pagar. En fin, entramos en calor, que era el objetivo, con unas cervezas (en botellín, no había cañas).
Fam Dang y Thai Ha: el ying y el yang
Zona Rosenthaler Platz, límite de Mitte y Prenzlauer Berg
Un poco más tarde pasamos por Alexander Platz y el ayuntamiento rojo (que no es rojo en un sentido figurado, ya era de color rojo antes de ser el ayuntamiento del Berlín soviético) y al no ver ningún lugar apetecible para tomarnos otra cerveza nos acercamos a la zona de Rosenthaler que nos quedaba más cerca de casa. Al principio entramos en Fam Dang, un restaurante vietnamita que tiene al menos dos establecimientos en Berlín. Lo cierto es que no llegamos a probar la comida. Era aun pronto para cenar y lo que queríamos era beber algo antes. Vimos que dentro había gente bebiendo cerveza y té, sin comer, así que entramos. La camarera no sabía bien inglés, pero nos hicimos entender de sobra para pedir cervezas. Pedimos dos de medio litro para compartir entre cuatro, cosa que ya habíamos hecho antes porque esas cervezas sólo las venden en formato 50 cl, y una cada uno era una burrada. La chica empezó a hacer gestos y ruidos raros, nos puso mala cara y se fue refunfuñando. Luego vino otra que nos dijo que qué queríamos, le explicamos de nuevo, y nos dijo que ok. “¿Y de comer?” Aun nada, gracias. “Si no coméis no podéis estar aquí, podeis ir al bar de al lado. Adios. Gracias”. Así que no sé cómo sería la comida pero las chicas muy desagradables. Lástima, tenía buena pinta y la página web promete.
Enfadados nos fuimos a un bar cercano donde no había nadie y donde nos pusieron las mismas cervezas para compartir, sin problemas y más baratas. Es más, según la carta era la “Happy Hour” y teníamos Gin Tonic a 3.5 €…Precio diputado… En fin, porque no nos apetecía, que si no…Después buscamos un lugar para cenar. Como teníamos ganas de algo asiático y el Fam Dang nos había dejado con las ganas, encontramos cerca el Thai-Ha, un pequeño local de comida tailandesa para llevar, normalito. Perfecto, así esa noche cenábamos en casa tranquilamente. Bueno, en realidad tienen 3 o 4 mesas en el local, pero es pequeñito y suele llenarse, aunque no apetece mucho quedarse porque el sitio es un poco sucio y no muy bonito, con fotos de los platos (como no). Nos hizo gracia que en el cartel pusiera “100% glutamato free”, cuando la cocina asiática y el glutamato son los máximos exponentes del umami, por lo que parecen ir unidos. Pedimos una de las especialidades, Cari Xanh (curry verde) con pollo crujiente y pato crujiente. Estaba muy rico, pero picante a rabiar. También unos noodles con pollo y salsa de cacahuete (creo que era Phó Tron) que estaba aun más rico de sabor, pero los noodles no estaban para echar cohetes en cuanto a textura porque se quedaron pegados y apelmazados. Lo que está claro es que te tiene que gustar la comida picante, porque pica y ¡mucho! Menos mal que compramos un montón de cerveza…Total, 23 € entre 4 personas, comida abundante. A comentar: normalmente con una cena como esta, copiosa y picante, solíamos pasar mala noche pero sorprendentemente dormimos muy bien y nos despertamos con el estómago ready-to-go (de nuevo).
4M | 18M – Hiruzta & Dasta Gazta
Los próximos 4 y 18 de Mayo organizamos la experiencia Dasta Gazta & Txakoli en la que maridaremos Hiruzta e Hiruzta Berezia con 6 quesos diferentes.
tel: 943 64 66 89
e-mail: info@hiruzta.com
+info: http://gringoxua.com/2013/04/4m-18-hiruzta-dasta-gazta/
¿TE GUSTAN LOS QUESOS Y NUESTRO TXAKOLI?
Los próximos 4 y 18 de MAYO organizamos la experiencia Dasta Gazta & Txakoli en la que maridaremos Hiruzta e Hiruzta Berezia con 6 quesos diferentes.
Para ello, contamos con la colaboración de las promotoras del proyecto Dasta Gazta, Miriam Uranga (especialista en análisis sensorial) y Laura Zabaleta (experta en tecnología quesera) que nos harán descubrir qué quesos maridan mejor con cada uno de los Txakolis. Bien por contraste o bien por complementación, iremos paladeando diferentes combinaciones de aromas, texturas y sabores.
La experiencia Dasta Gazta & Txakoli tiene un precio de 20€ e incluye una breve visita a la bodega y la cata maridaje. Los participantes deberán estar en la Bodega a las 12:00. La actividad tendrá una duración de 1:30. El grupo será de 15 personas.
Los interesados en participar en alguno de estos dos Dasta Gazta & Txakoli Hiruzta pueden llamar para reservar su plaza al 943 64 66 89 (por las mañanas) o enviar un e-mail a info@hiruzta.com.
GAZTA ETA GURE TXAKOLINA GUSTOKOA DITUZU?
Dasta Gazta ekimena antolatu dugu MAIATZAREN 4 eta 18rako. Dasta Gazta & Txakoli Hiruzta txakolinek gure zentzumenak liluratzen dituzte; gazta ekimen honetan gazta mota ezberdinak Hiruzta Txakolinarekin eta Hiruzta Berezia Txakolinarekin uztartuko ditugu.
Ekimen honetarako Dasta Gazta proiektuaren sustatzaileak ditugu lagun: Miriam Uranga (zentzumenezko analisian aditua), eta Laura Zabaleta (gazten teknologian aditua); tailer hauen bidez gastronomia balio handiko produktuak dastatuko dira, eta azalduko digute zein gazta uztartzen diren hoberen txakolin mota bakoitzarekin. Aroma, izaera eta zapore ezberdineko nahasketak dastatuko ditugu, kontrastedunak nahiz osagarriak.
Dasta Gazta & Txakoli dastamenak 20€ko prezioa du, eta horrez gain upategia ikusi eta uztartze karta ere izango da. Parte hartzaileek upategian 12:00etan egon behar dute. Ekimenak ordu eta erdi iraungo du, eta taldea 15 lagunena izango da.
Lehenbiziko “Dasta Gazta & Txakoli Hiruzta” ekimen honetan parte hartu nahi dutenek, haien plaza erreserbatzeko 943 64 66 89 telefonora deitu (goizez) edo info@hiruzta helbidera email bat bidal dezakete.
¿Te gusta mi nuevo vestido estilo recolección y cosecha de la uva?
Tras esta pregunta aparentemente absurda hay una curiosidad etimológica que me ha sorprendido.
De por qué hablo de vestidos
Sin querer, buscando exactamente el significado de una palabra para referirme a algo que yo suponía que era, por dónde y cómo se usaba, algo así como “viejo pero con estilo”, he hecho un ¡descubrimiento gastronómico! Este término lo relaciono normalmente con ropa y mobiliario, la verdad; lo que me recuerda una imagen del viaje a Berlín, en la que el tipo de ropa asociado a esta palabra y que hoy día está tan de moda se presentaba en un escaparate de la manera más franca y sincera. La ropa que se veía llevaba vinculadas las caras en blanco y negro de señoras de antaño con sus vestidos de antaño. “Efectivamente, esta es la ropa que llevaba tu abuela” parecía decir. Una gran imagen.
Si, estoy hablando de la palabra Vintage.
Por cierto, aunque a menudo se usen indistintamente, retro y vintage son dos cosas diferentes. En este caso la wikipedia lo explica muy bien: “un Mini Cooper de 1965 es vintage o clásico, mientras que el modelo de Mini fabricado actualmente, inspirado en aquel, es simplemente retro”. Esto es, la ropa inspirada en aquella vestimenta antigua que llevan algunas personas ahora es retro, no vintage, y al parecer, para ser auténticamente vintage debe llevar asociado una cierta calidad y valor. Vamos, que la bata vieja de la abuela no cuenta como vintage salvo que sea de seda china, entiendo. Así pues, aplicado a moda lo realmente vintage al parecer supone exclusividad, calidad, materiales, valor económico, historia, coleccionismo y acabado….lo cual tiene algo que ver con el uso gastronómico del que procede…
Vintage en lo gastronómico
Es posible que en alguna clase de enología mencionaran hace unos años la palabra vintage en su “contexto agrícola” pasándome totalmente desapercibida la asociación. Y es que vintage no es otra cosa que vendimia. Es una palabra inglesa que proviene del anglo-normando vintage, y éste a su vez del francés antiguo vendange. Por su parte, vendange es una evolución de la palabra latina vindemia (de vīnum “vino” + dēmō “quitar”).
Pero entre vendimia, es decir, el acto de recoger la uva para posteriormente hacer vino, un trabajo arduo y pesado, alejado totalmente de algo glamuroso, y estos ropajes tan exclusivos y de calidad, ¿qué relación hay? ¿Por qué se le llama “vendimia” a la ropa vieja y cara? Pues bien, el vintage de un vino es el año de su cosecha. Pero además, al parecer, las bodegas empezaron a emplear este término para referirse a los vinos de las mejores cosechas, y es este uso el que ha hecho que haya derivado a otros campos para referirse a todo producto antiguo de calidad.
Pronunciación
Si, como yo hace un rato estáis pensando en “vintash”, id al siguiente post.
Come Lola come: Berlín (I)
La meca del currywurst. Un poco de historia…
Quien piensa en Berlín, piensa en currywurst. Bien es cierto que la gastronomía alemana tradicionalmente se relaciona con codillo o schnitzel (escalope vienés) acompañados de sauerkraut (col fermentada ácida) y regados con rica cerveza alemana, pero la comida de supervivencia más extendida, el representante de la gastronomía “al trote” popular, es el currywurst. Calles y calles salpicadas de puestillos (imbiss), haciendo la competencia a kebabs y burguers, hacen de este aperitivo un icono de la gastronomía berlinesa. De hecho, es en esta ciudad donde existe un museo dedicado a la famosa salchicha cortada en rodajas con salsa de tomate y curry. Y si bien el plato es famoso en toda Alemania (se cree que al año se sirven 800 millones de currywurst en todo el país germano), en Berlín lo es más aun porque aquí es donde, al parecer, se inventó. Y digo al parecer porque hay cierta controversia. La versión más extendida de la leyenda es que una mujer llamada Herta Heuwer, haciendo uso de varios ingredientes que obtuvo de los soldados ingleses (ketchup, curry y salsa worcestershire) y junto a otras especias, inventó una salsa que luego vertió sobre unas salchichas asadas. Empezó a vender entonces este barato aperitivo en su puesto de Charlottensburg. Esto ocurrió en 1949, y en 1951, cuando su plato se había convertido en un must para los obreros que reconstruían Berlín tras la segunda guerra mundial (al parecer vendían 10000 raciones semanalmente), Herta patentó su salsa mágica a la que llamó “Chillup“. La segunda versión de la invención del currywurst habla de la señora Lena Brücker, una mujer que ya en 1947 (y en Hamburgo), habría creado una salchicha con curry. Esta versión de la historia apareció en 1993 de la mano de Uwe Timm, en un libro llamado El descubrimiento del la salchicha al curry. Y es que este escritor alemán comentaba que él ya comía currywurst en su Hamburgo natal en el puesto de la señora Brücker, allá por el año 1947, dos antes de que la señora Heuwer lo inventara en Berlín. En cualquier caso, ambas tienen una placa conmemorativa en sus respectivas ciudades.
RECETA: curryburriwurst
Comida buena y barata en letras de neón
Cerveza, currywurst, codillo, pasteles, bibimbap, pretzel… Al ponerse uno a preparar el viaje a Berlín, además de buscar rutas para patear y señalar lugares que no hay que perderse, es imposible no toparse con posts y recomendaciones sobre gastronomía, comentando las deidades de una comida apetecible y económicamente muy accesible, que hacen que cualquiera se pase el día imaginando lo que va a comer cuando esté allí…Parece que vayas a donde vayas comerás bien casi seguro, y además, barato. Y la vuelta puede convertirse, claro, en varios kilos extra materializados en una protuberancia con vida propia en el abdomen (a la mía le puse nombre), así que merece la pena comentar un par de cosas importantes a tener en cuenta en Berlín. Una, que es muy fácil acabar haciendo no cinco sino siete comidas, a cualquier hora, debido a la tremenda oferta que hay por todos lados (puestillos callejeros o restaurantes que esconden alguna comida tentadora). La segunda, que las raciones en Alemania, en general, son grandes. Perdón, ENORMES.
Por cierto, el mejor lugar para comer puede que no sea el sitio con más encanto ni más bonito…
Salchichas y cerveza a 25.000 pies
Qué mejor manera de empezar una bacanal que con especialidades típicas para tranquilizar a los ansiosos mientras vuelan a su destino. La verdad es que, acostumbrada a compañías aéreas en las que te despiertas en medio de la tómbola de las barracas con un azafato agitando cuatro tarjetas de rasca y gana en tu cara, el almuerzo de Lufthansa supuso un cambio considerable. Nos dieron cerveza en botella (si, no dejan meter navajas pero sí beber en botellas de vidrio) de 330 ml y una salchicha con salsa de mostaza envuelta en su panecillo (hot snack special). En el segundo avión al que tuvimos que subir, creímos (ilusos) que nos servirían otra salchicha pero no tuvimos tanta suerte y nos pusieron cerveza y galletas saladas con sésamo en forma de pececitos.
Al bajar del avión de temperatura tropical nos dimos de morros con el más que gélido aeropuerto de Tegel, que nos daba la bienvenida a -12ºC. Aunque nuestro primer puestillo de currywurst estaba a escasos 10 m de donde esperábamos al autobús que nos llevaría hasta Berlín, no probamos entonces la exquisitez autóctona puesto que teníamos pies y manos congelados y la mente entumecida. “¡Joder, qué frío!“. De hecho, el invierno más frío y largo de los últimos 60 años, y el marzo más helador también, como supimos más tarde.
Cuatro hambrientos pasajeros que en todo el día habían comido una salchicha, dos cervezas y unos pececitos con sésamo. Una vez dejamos las cosas en el apartamento (que alquilamos en Airbnb, un formato en el que alquilas la casa a gente de allí con una amplia gama de precios, lo que hace de la estancia algo mucho menos impersonal), nos fuimos hacia una zona con bastantes restaurantes y acabámos entrando al que ofrecía más variedad pero que no tenía un aspecto muy tentador. Eso creíamos…
Sorprendente Rosenthaler
Zona Rosenthaler Platz, límite de Mitte y Prenzlauer Berg
Este restaurante a primera vista, siendo un local bastante grande con fotos de los platos (una de las reglas de oro a la hora de elegir un sitio para comer es que si tienen fotos de la comida, malo) visibles desde fuera, el cartel luminoso enorme, el toldo y un menú que incluía un poco de todo (pasta, pizza, kebabs, durums, pollos asados, ensaladas…) desde luego parecía que iba a ser una mala elección, pero cuando el hambre aprieta… Resultó que dentro era bastante acogedor, con una barra grande y decoración similar a la de un restaurante italiano clásico mezclado con motivos ochenteros que no pegaban nada, pero curiosamente no se estaba nada mal. Pedimos dos durum, uno normal y otro con salsa picante, una pizza de pollo y una pizza Calzone. Y dos cervezas de medio litro, todo para compartir entre cuatro. Los durum medían 30 cm de largo y tenían un grosor de unos 10 cm. GIGANTES. Y estaban atómicos. La pizza de pollo tenía, efectivamente, trozos de pollo marinado y rúcula por encima, haciendo que fuera sabrosa y fresca a la vez. Por último, la inmensa pizza Calzone tenía una pinta de muerte (como una empanadilla gigante decorada con un borde trenzado) así que no pudimos dejar de probarla a pesar de la llenura, y como estaba francamente buena, la terminamos . Es decir, que nos pusimos chatos.
De postre té turco, que en realidad era un té que llevaba al menos dos días macerando en agua, fuerte y amargo, y al que añadimos tranquilamente 5 cucharadas de azúcar para compensar. En fin, vino bien para “bajar” la comilona. Total, la cena nos salió a 5 euros por barba, y teniendo en cuenta que además la comida estaba muy rica y los camareros eran muy simpáticos, es un lugar recomendable si se pasa por la zona.
Para la primera noche habíamos hecho una buena “inauguración” del barrio y aun nos quedaban muchos días por delante…
Curryburriwurst
Currywurst “a la mexicana”
En vísperas de nuestro viaje a Berlín, después de haber visto la palabra “currywurst” unas 700 veces, nuestra nevera nos hizo señales para preparar la susodicha receta. Hombre, algo “tuneada”. Teníamos que gastar lo que quedaba en casa, y casualidad, en la nevera había salchichas y pimientos… en el cajón cebollas… en el armario una lata de tomate triturado y tortas de trigo para fajitas…tenía toda la pinta de que iba a ser comida de fusión.
La receta en realidad consta de una salsa de tomate casera, salchichas y fajitas, no tiene más. Eso sí, para simplificarla uno puede sustituir la salsa por tomate frito o ketchup, pero el tomate casero siempre está más rico. Lo cierto es que el currywurst auténtico lleva más bien una combinación de tomate frito con diferentes especias, así que la salsa que cada uno añada puede ser una labor empírica de mezclas de ingredientes… cada cual que elija. Eso sí, la única complicación de esta receta es la salsa, el resto se hace solo (casi).
Ingredientes (cuatro burritos)
Salsa de tomate casera
- 390 g de tomate triturado (una lata pequeña)
- Media cebolla (o una pequeña)
- Medio pimiento verde (o uno pequeño)
- Aceite de oliva virgen (también hará falta para freir las salchichas)
- Sal
- Azúcar
Resto de ingredientes
- 4 salchichas grandes (u 8 pequeñas)
- 4 fajitas
- Curry en polvo
Preparación
Se cortan la cebolla y el pimiento en trozos pequeños y se ponen a pochar en una sartén con 2 cucharadas de aceite, puesta a calentar previamente (no dejar que el aceite humee, eso significa que se está quemando y es cuando se produce acroleína -ver Cómo freir un alimento). Primero saltear un par de minutos a fuego fuerte y después dejar a fuego medio hasta que la cebolla y el pimiento estén tiernos. Una vez pochados, se añade el tomate triturado y un poco de agua (se pueden añadir unos 50-75 ml, es decir, un chorro que puede servir para limpiar lo que queda en la lata y así “enriquecemos” ese agua añadida), se sala al gusto y se añade azúcar para compensar la acidez. La cantidad puede variar, lo mejor es ir añadiendo e ir probando, pero una cucharadita suele bastar. Se deja la mezcla a fuego suave-medio durante 5 minutos.
Mientras, se pueden ir friendo las salchichas enteras (con una cucharadita de aceite basta) hasta que estén doraditas. Se reservan.
A los 5 minutos (aprox) se pasa la mezcla al vaso de la batidora y se bate, eligiendo la consistencia (fina o grumosa, mejor si tiene trocitos de verdura) deseada. Se reserva la salsa (la cantidad que se añada a los burritos variará según el gusto de cada cual, pero seguramente sobre).
Por último, usando una sartén de diámetro similar al de las fajitas, se tuestan las tortas que previamente habremos humedecido con un poquito de agua (nota: no hay que sumergirlas en agua ni ponerlas bajo el chorro del grifo, tan sólo untar con unas gotas con la mano para que queden tiernas y no secuchas).
Montaje
Se toman las fajitas y se coloca una salchicha en cada una (2 si son pequeñas). También se pueden cortar en rodajas para que sea más similar al currywurst, pero el no cortarlas facilita el doblado y manipulación de la fajita. Se vierte salsa de tomate por encima al gusto y se espolvorea de curry (también al gusto) por encima. Se dobla la fajita para hacer paquetitos y listo, a comer!!
Wunderbar wei!